viernes, 17 de junio de 2011

"En la realidad que tú y yo compartimos"


“Estoy en una calle de mi ciudad, con grupos de niños y niñas jugando. A la pelota, a la comba, a la queda, al escondite, a los cromos o a las canicas… Se ríen, se persiguen, se pelean, ruedan, charlan, se sacuden, bailan con alegría, alguno está un poco enfadado porque le han quitado el balón o le han metido un gol. Hay personas jóvenes y mayores sentadas a la sombra de grandes árboles que charlan, juegan a las cartas o al ajedrez, otros cantan y bailan en corros, tocan la guitarra, otros con instrumentos improvisados tratan de llevar el ritmo. Algunos tan sólo descansan o dormitan acunados por el suave bullicio y el calor. Hay parejas que caminan tomados de la mano, puedo sentir su  palpitar y ver como disfrutan del paseo. De vez en cuando pasa alguien trotando, practicando eso que llaman “futin”, pero sin prisa disfrutando del sol y de la brisa ligera. ¡Vaya día más hermoso en mi ciudad!”
Este  es un día en mi ciudad, de mi ciudad de mi sueño, que en ocasiones he visto plasmado en parte o casi en su totalidad en la realidad que tú y yo compartimos.
Cuando alguien me habla de seguridad, o de la necesidad de mayor seguridad, esta es la imagen que a mí me viene, niños, jóvenes, adultos y mayores simplemente disfrutando del  día. Dónde me iba a sentir más seguro? Pero los supuestos soñadores de la  seguridad  lo que realmente sueñan es miedo. Miedo y seguridad no pueden convivir juntos.
Cuando el miedo me “embarga”, aparece el día de mis pesadillas, tiene color gris, la calle está llena de coches que se pitan, gente que corre, no me da tiempo a mirarlos, porque estoy huyendo, huyendo del presente, huyendo de este momento al siguiente pensamiento, huele a smog, a suciedad, a sudor, a excrementos, hay prisa, hay discusiones, hay silencios mal paridos, hay dientes apretados, hay sensación de sexo rápido y mal digerido y hay hombres vestidos de azul o verde que custodian el desorden. Unos temen el látigo sangrante e invisible de perder su trabajo o de no tenerlo, otros a ser multados, a otros los aprieta la hipoteca, la inflación, los acreedores, el engaño o el dolor verdadero y profundo de sentirse enfermos, tristes y cansados. Otros son picaneados por cosas más nimias como la derrota “de su” equipo de futbol o por la marca de su slip, o se ahogan con la necesidad de comprar más y no poder o por lo búsqueda de poder, status, felicidad, amor como consecuencia de lo que han comprado y pueden comprar. Y así todos respiran miedo, piensan miedo, mastican miedo y excretan miedo.
Este “fue” un día de mis pesadillas… que en ocasiones he visto plasmado en parte o casi en su totalidad en la realidad que tú y yo compartimos.
No niego mi miedo, de momento mi miedo es esencial para mi sobrevivencia, me avisa de que algo no anda bien. Pero Cómo llegué a confundir seguridad con miedo? El miedo necesita tener un carácter puntual para que sea efectivo y útil. Una alarma sonando permanente me aturde, no me avisa de que hay un incendio. 
Un día me di cuenta que el miedo y el estado de miedo son cosas diferentes. La pesadilla del miedo es el deporte atroz de manipular y controlar que generación tras generación jugamos como animales aturdidos frente a los zumbidos de decenas de alarmas. Hasta cuándo? Hasta que me di cuenta que lo peor que me podía pasar ya estaba pasando, no a nivel físico, sino que  lo estaba soñando al temerlo y de esa manera lo estaba viviendo. Y al mismo tiempo que me di cuenta de esto, se abrió una puerta y un interrogante: “Si lo peor que podía pasarme ya está sucediendo, para qué temerlo? Es estúpido” Al rato las alarmas inquietas de mi mente se calmaron y me di cuenta que había muchísimo trabajo por delante…